Falsa bondad; buenos de mala voluntad
La falsa
bondad, la actitud de entrega artificiosa, las exigencias del espíritu temeroso
y sometido, no tardan en pasarle la factura al cuerpo limitándolo. Lea
las siguientes consideraciones de Moshe Feldenkrais; si se siente identificado
con el cuadro considere la posibilidad de recurrir a la ayuda de energías
desbloqueadoras como las que pueden ofrecer Centaury, Rock Water, Vine, Elm,
Chestnut Bud, Larch, Walnut.
Ámate a ti mismo como a tu prójimo
La admirable sentencia "Ama a tu prójimo
como a ti mismo" es el meollo de todas las religiones. Ha servido bien a la
humanidad y sigue siento un objetivo estimable para todos los humanistas. Sin
embargo también hay lugar para la sentencia pareja. Las buenas intenciones, si
se realizan compulsivamente, producen los resultados contrarios. Los religiosos
compulsivos han hecho a veces un daño en el pasado, y siguen haciendo ahora un
daño superior a los beneficios de la ética religiosa. Nuestra educación está
impregnada de la idea de amar al prójimo como a nosotros mismos, pero esta idea
se inculca demasiado a menudo con tal rigor y absolutismo que elimina toda
espontaneidad. Muchos se hacen “buenos” no aprendiendo a vivir en buena
vecindad con los demás, sino haciéndose incapaces de nada que les exija ser
independientes. No pueden negarse a nada que se les pida, sencillamente porque
tienen miedo a los demás. Así, su bondad es forzada, y por eso se resienten
enseguida de su propia conducta. Es una conducta compuesta enteramente de lso
actos que se imponen hacer u omitir, sencillamente por incapacidad de rechazar
ni contradecir a nadie, por muy buena y justificable que pueda ser la
contradicción.
La bondad o amabilildad compulsiva de estas
personas es síntoma y consecuencia de la agresividad inhibida. Uno llega a
identificarse tanto con los demás que está seguro de que sienten la misma
angustia cuando se les contradice o se les rechaza, el mismo haber quedado mal,
el mismo aislamiento y enajenación que sienten ellos en tales circunstancias.
Los seres que nos rodean, naturalmente, encuentran inaceptable semejante amor, y
el que es compulsivamente bueno tiene muy pocos amigos verdaderos, si es que
tiene alguno. Se mete siempre en
situaciones que hacen de su vida un larga cadena de quejas. La bondad compulsiva
perjudica solo a uno: al mismo ser amable y compulsivo hasta tal punto que la
sociedad considera delictivo hacer ese perjuicio a otro. El bueno compulsivo se
trata a sí mismo como no trataría a un perro. Cuando él se impone hacer o no
hacer algo, se lo impone con un rigor y una rudeza sádica que sería incapaz de
emplear ocn otros por temer las consecuencias de perder el dominio de sí mismo.
A menudo se teme más a sí mismo que a la represalia directa de los otros. Y lo
notable de tal conducta está en que suele tratarse de cosas sin importancia,
corrientes, triviales, que se hacen automáticamente, sin premeditación. Para
cosas más importantes suele prepararse y hacer enormes esfuerzos con el fin de
vencer esta incapacidad y, si consigue llegar a la altura de sus esperanzas,
ello le supone un placer desmesurado. A veces semejante éxito se transmite
durante unos cuántos días al resto de su actividad y vive eufórico hasta
cometer la próxima equivocación, qu ele acarrea un profundo estado de depresión.
Esta descripción, quizá un poco exagerada,
quiere ilustrar las tendencias de muchas personas delicadas y bien educadas
cuyas cualidades de humildad, timidez y consideración por los sentimientos de
los demás (cualidades en sí admirables cuando no se las ejercita
compulsivamente) las apartan de aquellos a los que quieren tratar con amabilidad
y respeto. A estas personas les convendría muchísimo poder comprender que
“Amar al prójimo como a nosotros mismos” no siempre ha de significar que
ellas sean peores que cualquier prójimo y deban ser tratados en consecuencia.
El motivo de esta “lección” es que, al
aprender nuevos modos de gobernarse, es esencial lograr las mejores condiciones
para el éxito. Hay una manera de mandar que facilita la obediencia. Si uno
entiende la necesidad de cierto acto, por desagradable que sea, y lo invitan
razonable y serenamente a ejecutarlo, hace sin demasiada contrariedad lo que el
piden. Si nos intimidan a hacer o que de otro modo serái algo agradable, nos
molestan y nos negamos a complacer.
De modo semejante, cuando uno se gobierna con
rudeza (culpándose de pereza, debilidad o torpeza, se sorprende obstinado en
desobedecer. Los mandatos a uno mismo deben darse sin arbitrariedad, sin tensión,
sin intimidación, y sólo por razones objetivamente válidas. Los niños son
los únicos que deben hacer cosas nada más que por obedecer, por muy
irrazonables que sean las órdenes (lo que muchos llaman aprender disciplina).
Pero las personas mayores no deben tratarse a sí mismas como si fuesen niños.
Habría que aprender a ser tan cortés con uno mismo como con cualquier otro y a
asentirse igual de enormemente molesto por los problemas triviales cuando se está
haciendo algo de importancia. Debiéramos aprender que fastidiarnos a nosotros
mismos están an mal como fastidiar al prójimo, (que no lo toleraría). Nadie
reacciona con gusto ni agrado a que lo fastidien, ni cuando es él mismo el que
se lo hace. Cuanto más ejercito uno su fuerza de voluntad por sí misma, no
para hacer cosas útiles y necesarias, tanto más compulsivo se hará, más rígido
de mente y de modo de ser, y más anquilosado de cuerpo.
Los grandes guías del hombre, como Buda, Confucio, Moisés, Cristo,
modificaron la conducta de millones de hombres y los llevaron a haer cosas muy
difíciles, no intimidándolos, sino dándoles órdenes con la misma humanidad
con que se las daban a sí mismos. Y los admiramos, aún los incrédulos como
yo, no por su fuerza de voluntad, sino por su equilibrado estilo discursivo.
Amables y objetivos, comprendieron con claridad lo que hacía falta a los
hombres de su época y se trataron a sí mismos de igual manera.
Debemos proponernos aprender
a aprender como conviene a lo más importante de la vida humana, esto es, con
serenidad, pero sin solemnidad, con paciente objetividas y sin seriedad
compulsiva.
Apretar los puños, tensar
las cejas, contraer la mandíbula son manifestaciones de esfuerzo impotente.
Podemos tener éxito a pesar de los defectos pero solo a costa de una alegría
de vivir verdaderamente sana. El aprendizaje debe hacerse, y es realmente
provechoso, cuando todo en él conduce a que se pueda pasar de la sonrisa a la
carcajada sin obstáculo, naturalmente, espontáneamente.
El efecto acumulado de la
enseñanza compulsiva ha producido la idea de que no está bien del todo poder
hacer una cosa sin tener una sensación de esfuerzo. Nos enseñan a esforzarnos
desde la primera infancia. Parece que los padres y los maestros obtienen una
satisfacción sádica al obligar a los niños a hacer un esfuerzo. Si el niño
puede hacer sin patente esfuerzo lo que se le pide, lo trasladarán a una clase
más adelantada o lo pondrán más deberes, sólo para asegurarse de que el
pobre aprenda “que la vida es así”, es decir, tratar de hacer lo que
uno no quiere hacer por sí mismo, sino solo para ser mejor que los demás, y no
deber sentirse satisfecho, a menos que experimente la tensión de haber llegado
al límite. Tenemos tan arraigado
este hábito que cuando hacemos algo y nos sale como debe salir, así como así,
solemos creer que nos ha salido por chiripa, que no habría debido ser tan fácil....,
como si el mundo no estuviese hecho para ser fácil.
E incluso, volvemos a hacer lo mismo para asegurarnos de que
entonces nos esforzaremos como de costumbre, con el fin de sentir que realmente
hemos logrado una cosa, no “solo” que la hemos hecho. Esta especie de hábito es muy difícil de suprimir, y el
medio cultural está para mantenerlo hasta el punto que incluso lo glorifica
como señal de gran fuerza de voluntad. Sin embargo, la fuerza de voluntad solo
es necesaria cuando falta la capacidad.
Aprender, según yo lo entiendo, no es adiestrar la fuerza de voluntad
sino adquirir la práctica de inhibir la acción parasitaria y la capacidad de
ordenar motivos claros como consecuencia del conocimiento de sí mismo.
Quizás no deje de tener que
ver con ello el que todos los hombres creativos hagan las cosas a su manera. Los
pintores, los matemáticos, los compositores, y quienquiera que hiciese algo de
mérito, tuvieron todos que aprender a pintar, pensar, componer... pero no a
la manera que les enseñaron. Tuvieron que aprender, y tuvieron que trabajar
hasta conocerse a sí mismos lo bastante para entrar en estado de espontaneidad
en que poder hacer surgir y manifestarse su propio ser más profundo. Estos
hombres no estuvieron exentos de compulsión; muy al contrario. La diferencia
está en que lo producido en ese estado de compulsión tien valor por el
verdadero carácter espontáneo de la producción.
Energías
florales que pueden ayudar: Centaury, Rock Water, Vine, Elm, Chestnut Bud, Larch,
Walnut.